V
No sabía a dónde iba, pero mi corazón sí. No había mapas ni planes, solo una certeza que ardía en lo más hondo: tenía que estar allí. Sentía que algo me estaba llamando desde un lugar invisible, y que no responder sería traicionarme a mí mismo.
El Sema ( giro sufí) siempre ha sido una corriente subterránea en mi vida. En mis sesiones de baile y de ecstatic dance, el giro aparece de forma inevitable, como un reflejo de memorias antiguas que el cuerpo conserva aunque la mente las olvide. Pero también estaba el miedo: el vértigo, no saber cómo parar, el riesgo de perder el centro y marearte.
Y luego estaba esa canción. Bismalla ar Rahman de Oruç Güvenç ve Tümata. La misma que ponía una y otra vez en mis sesiones de masaje, como un canto que envolvía a quien estaba sobre la camilla… y que me envolvía también a mí. Una melodía que me llevaba a un trance suave, como si cada nota fuera un hilo invisible uniendo mi respiración con algo inmenso. Descubrir que el festival al que me dirigía —cinco días de giro y música sin cesar— estaba dedicado a ese mismo maestro y músico sufí fue como ver al destino guiñarme un ojo.
La antesala: memorias y raíces
Antes del festival, la comunidad sufí de Cem Baba nos abrió las puertas en Dharmapur. Allí, el tiempo no se contaba en horas sino en latidos. Había dhikr, el mantra vivo que repite los nombres de Allah; sema, el giro y la escucha profunda que atraviesa la piel; y sohbet, conversaciones que no solo informan, sino que transforman.
En uno de esos encuentros Cem Baba me preguntó:
—¿Qué haces aquí?
Y las palabras brotaron sin esfuerzo:
—Vengo a despertar memorias que guardo en mi corazón.
Y entonces llegó el momento: nos enseñaron cómo proceder en el Sema y, sobre todo, cómo detenernos sin marearnos. Ese secreto me liberó. Cerré los ojos y me entregué al giro.
Visitamos tumbas de grandes maestros, lugares donde el aire parecía espeso de plegarias y silencios antiguos. Turquía se desplegó ante mí como un tejido de culturas, colores y aromas.
¿ QUÉ HACES AQUI ?
VENGO A DESPERTAR MEMORIAS QUE GUARDO EN MI CORAZÓN.
EL FESTIVAL: LA DANZA DE LA ESCUCHA
En el festival descubrí que el Sema no es solo un giro, sino una oración en movimiento. Es escuchar con todo el ser: pies, respiración, corazón y silencio. Es un puente hacia lo divino, donde recibes justo lo que tu alma anhela.
Girar exige presencia absoluta: cualquier pensamiento errante te saca del eje, cualquier distracción se siente como un tropiezo. Algunos días giré más de cuatro veces, y cada sesión podía durar más de 2 horas. Pero el cansancio se disolvía: la música me acogía como un remolino y me invitaba a seguir.
A veces éramos pocos y el giro era íntimo, como un susurro. Otras, más de cien cuerpos danzábamos en armonía perfecta, sin chocar, sostenidos por una sabiduría invisible que ordenaba el caos. Me sentía como un átomo girando en un universo de aromas y luz. Y en medio de todo, un silencio vasto habitaba en mí.
A veces, bastaba observar para caer en un trance dulce. Otras, un sueño profundo me abrazaba escuchando sólo la musica y despertaba en mí una sanación imposible de poner en palabras.
Y EN MEDIO DE TODO, UN SILENCIO VASTO HABITABA EN MÍ.
El poncho, el Ney y la promesa
En medio de esta experiencia, conocí a Müjgan, artesana que confecciona ponchos canalizados y creados para danzar. Sentí que tenía que tener uno, y cuando lo compré me contó su historia. Quería llevarme a Sevilla esa energía para seguir girando allí, con la intención de formar un grupo y volver juntos a Turquía.
También asistí a charlas sobre el ney, esa flauta cuyo sonido parece un suspiro del alma. Compré uno a Fatih Oral, pensando colocarlo como decoración en mi altar. Pero pronto entendí que no había sido creado para el silencio de un rincón. He comenzado a soplarlo, aunque mis manos aún buscan su voz. Algunas notas han nacido, y cada una parece un pequeño diálogo con lo eterno.
Hoy, mientras el recuerdo del festival aún danza dentro de mí, sueño con compartirlo en Sevilla. Mi deseo es compartir lo vivido con otras personas aquí y, ojalá, regresar pronto a Turquía con ellas para que puedan descubrir su propio giro. Porque el Sema no termina cuando dejas de girar: sigue girando adentro, como un latido que recuerda que todo —absolutamente todo— es una danza sagrada.
Muy agradecido a Omar, Amira, Cem Baba, Fatima, Berke, Cembo, Kadriye, Müjgan, Fatih, Ayna Ayna, Tumata, Izzettin Valari y a todos los músicos ; a mis compañeros de viaje Aalap, David, Alexa, Katie, Carey, Nina, Abdu, Osama, y a todos los asistentes al festival por acompañarme en esta fantástica experiencia.
Escrito por Pedro Fernández.